viernes, 10 de agosto de 2012

Papel del Tercer Sector

Un trabajo de asesoría que estamos realizando desde la Oficina, acerca de una manera novedosa de pensar y actuar en economía, nos ayudó a reflexionar sobre el rol de las Organizaciones de la Sociedad Civil (OSC) en la construcción de nuevos modelos sociales. Conscientes que esta reflexión puede permear y subyacer al armado de proyectos que permitan el cumplimiento de nuestras respectivas misiones institucionales, compartiremos a continuación algunas breves consideraciones.




Es conocimiento común que las Organizaciones de la Sociedad Civil desarrollen actividades destinadas a promover entre otras cosas justicia, educación, derechos humanos, inclusión de los más vulnerables, etc. También el Estado y el mundo empresarial (respectivamente, el 1ero y el 2do sector) comparten estos objetivos, al menos en teoría: el Estado a través de la provisión de servicios públicos, el respeto de los derechos de los más vulnerables y mediante la real oportunidad de participación ciudadana en la construcción de la res publica y del bien común; las empresas gracias a la producción de riqueza, la generación de puestos de trabajo y la general contribución a una mejora de la calidad de vida de la población.

Según una visión tradicional de la sociedad, entonces, el tercer sector adquiere relevancia en la medida que uno de los otros dos, o ambos, entran en crisis o presenten algún tipo de desperfecto. Es una visión que encuentra una fácil demostración, por ejemplo, con la crisis del Estado de Bienestar vivida por distintos países europeos durante la década de los Setenta del siglo pasado, la cual reavivó la conformación de un sin número de ONGs. Ni se puede olvidar el rol de la Iglesia Católica argentina, sólo para citar un caso, en la prestación de servicios educativos y alimentarios a niños del Interior luego de la debacle de 2001.

Siempre siguiendo esta visión tradicional acerca del rol del tercer sector, las OSC poseen, por lo tanto, dos funciones fundamentales:

  1. La prestación de servicios básicos como salud y educación, los más frecuentes, pero también con microcréditos, lucha a la desnutrición, bolsas de empleos, etc., comúnmente finalizada a una generación de desarrollo social (o sea, a la ruptura del círculo vicioso de la marginalidad) que el Estado por alguna razón no esté en condición de poder ofrecer. En este caso, es muy importante que la OSC haga lo posible para ir incluyendo en sus acciones al mismo Estado, a fin de fortalecer sus instituciones y también de “asegurarse” de que los resultados alcanzados por ella sean lo más duraderos posible.
  2. El rol de monitoreo y seguimiento de las políticas públicas en ejecución y de las conductas empresariales, especialmente en lo que se relaciona al correcto desempeño de los mecanismos democráticos, a la real oportunidad de participación ciudadana, el respeto de los derechos humanos de parte de Estados y empresas (especialmente las más poderosas, es decir las transnacionales), la obra de concientización y sensibilización, la inevitable adecuación normativa que se necesita entre los tratados internacionales y las leyes nacionales. La idea de fondo es que al realizar un seguimiento de funcionarios y organismos públicos por un lado y empresas por el otro, se puede aumentar la eficacia del Estado, así como la transparencia y la calidad democráticas o el bienestar de los ciudadanos.

Gran parte de los programas nacionales e internacionales de cooperación reconocen estas dos funciones a las OSC y la respaldan a través de la financiación de sus proyectos. Se trata de un modelo bastante consolidado, aunque no exento de fricciones, como, último de muchos ejemplos, demuestra la reciente desconfianza manifestada por los gobiernos del ALBA frente a la actuación de la Agencia de Desarrollo Estadounidense en sus respectivos territorios.

Sin embargo, nos parece que no se mencione con la debida frecuencia una tercera función de las OSC, igual de importante: ser un constante laboratorio de ideas y realizaciones novedosas que, dependiendo de su logro exitoso, van mejorando la calidad de vida de la sociedad en su conjunto. En dicho modelo, estas mismas iniciativas sirven para abrir un camino y, posteriormente, pueden ser asumidas por los dos otros dos sectores que, cada uno desde su perspectiva y con medios de otra envergadura, se ocupará de ampliarlas y consolidarlas en el tiempo. En este sentido, las OSC pueden brindar un “algo más” que involucra no solamente el qué hacer sino también el cómo hacer; es decir, su aporte puede traducirse en una mejora en conceptos y relacionalidad social, así como en la ampliación de los derechos tradicionales.

Desde luego, estas pocas líneas no permiten revisar de manera adecuada la historia del tercer sector; pero, por lo menos pueden resultar útiles para mostrar un horizonte de sentido y de posible acción. Sepan disculpar que, por brevedad, no vamos a poder hilar muy fino.

Antes que nada, gracias a sus valores fundacionales, las OSC han ofrecido cercanía y cuidado integral de la persona, mérito de la capacidad de sintetizar las distintas dimensiones de la persona, desde la material a la psicológica, desde la ambiental a la espiritual. Es decir, más allá de su específico servicio concreto, las OSC han brindado un aporte fundamental para la completa e integral liberación de la persona humana.
En segundo lugar, las OSC han ido estimulando una positiva emulación y un apoyo recíproco entre actores sociales, difundiendo y multiplicando práxis solidarias en la sociedad, así como pusieron de relieve lo mejor de todos los actores involucrados fortaleciendo el trabajo en red. También ofrecieron un aporte imprescindible en la construcción de ciudadanía y en la promoción de conductas virtuosas, como la honestidad y el respeto de las instituciones; y, por otro lado, pudieron dar apoyo a justos reclamos laborales, fruto de una más madura consciencia civil y social.
Luego, han permitido un progreso cultural subvirtiendo el estigma tradicionalmente asociado a la diversidad, pobreza, enfermedad, desempleo. Si revisamos la historia de muchas organizaciones, se puede observar que han ayudado la sociedad no sólo a aceptar la diversidad existente en ella, sino a considerarla una riqueza: fue el caso de las personas con habilidades diferentes, de los inmigrantes, de los enfermos, de los huérfanos, etc. ¿No sería reductivo afirmar que frente a estas temáticas las OSC simplemente suplieron carencias del Estado? ¿No han dado, en cambio, un aporte fundamental para visibilizar vulnerabilidades escondidas y/o naturalizadas, permitiendo de esta manera que el alcance de ciertos derechos llegara a incluir personas antes excluidas? ¿Y en cuántas oportunidades los Estados o las empresas han replicado y multiplicado las experiencias más exitosas de las ONGs? Y, ¿no han abierto el juego a nuevos derechos, como los relacionados a las problemáticas medioambientales?
Nos damos cuenta de que la realidad es mucho más compleja de lo que pudimos describir. No todos los Estados son iguales, ni todas las empresas, ni todas las OSC, que en distinta medida logran cumplir su propia misión. Sin olvidar, además, todas las conexiones y los híbridos que pueden darse entre un sector y el otro. De todos modos, nos parece importante delimitar la cancha en la cual queremos que jueguen las ONGs a nuestro cargo y aclarando que el tercer sector tiene características propias y funciones irremplazables.

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