Hoy quisiera poner de relieve un tema fundamental para las organizaciones de la sociedad civil que trabajan con financiaciones (tanto de socios propios, como de entidades externas): la que en inglés se llama accountability. No encontré una traducción fiel en castellano, porque es un término que me parece resumir varios conceptos: responsabilidad, transparencia, “comprensibilidad”, confiabilidad y otros.
Si se acepta esta visión de las cosas, cualquier
organización o funcionario tiene la obligación ética de informar adecuadamente
del desarrollo de sus acciones y de responder por ellas frente a sus
contrapartes. Los ejemplos más obvios son los de un político frente a los
ciudadanos o de un gerente empresarial frente a los accionistas. Pero, desde
hace un tiempo, también se ha empezado a hablar de accountability para las organizaciones de la sociedad civil: antes
que nada, lógicamente, en términos de honestidad y transparencia en el uso de
recursos financieros; en segundo lugar, en la capacidad de medición del impacto
de sus acciones sociales.
Es un tema no menor, porque, cada organización de la
sociedad civil debería planificar y desarrollar actividades teniendo en mente
cómo rendir cuentas, entre otros, a dos tipos fundamentales de contrapartes: los
destinatarios de sus acciones y los donantes que las financian.
La publicación del balance anual de la organización es una
manera de demonstrar accountability,
por ejemplo. Tener una página web actualizada puede ser otro. Un tercero podría
ser la publicación de una memoria anual, o de un informe institucional que explique
cuál es la misión de la institución y cómo se ha intentado cumplirla a lo largo
del año.
En este post, de todos modos, quisiera evidenciar una
metodología más: tener un tratamiento de la información moderno, acorde a lo
que permiten las nuevas tecnologías digitales y que permita relacionar
actividades y fondos utilizados. Hoy en día, no es difícil elaborar bases de
datos que mediante una simple tarea de data-entry
(no más de 15-20 minutos por día, en sus versiones más elementales) permite a
los profesionales de una organización saber cuántas personas están participando
en las actividades de un determinado proyecto, con qué frecuencia, cuáles son
sus progresos, qué relación tienen entre ellos (por ejemplo, si hay familiares
que participan de distintos programas), etc. En términos más administrativos,
una herramienta informática adecuada permite cargar presupuestos y facturas, tener
un control sobre el avance de ejecución de un proyecto, relacionar gastos con
actividades y (en el caso que se tenga la paciencia de cargar en la base las
facturas escaneadas) hasta de auditar on-line
el desarrollo de un proyecto.
La pregunta que normalmente se escucha al respecto es: ¿qué
utilidad puede tener socavar y compartir tanta información (desde luego,
resguardando la privacidad de los destinatarios de las acciones sociales)? De
hecho, muchos operadores sociales ven en la alimentación de una base de datos una
simple pérdida de tiempo, una herramienta de escritorio que no reemplaza en lo
más mínimo el conocimiento cualitativo que poseen. ¿Cómo se puede volcar en una
base de datos todas las charlas que tuve con ese chico que quería dejar la
escuela? ¿O las horas de estudio para documentarme sobre el caso de esa mujer cuyos
derechos eran violados?
Si vemos los datos cualitativos y los cuantitativos en oposición,
la objeción es cierta; personalmente, prefiero más bien verlos no sólo como
complementarios, sino capaces de retroalimentarse mutuamente. Para cada proyecto, por ejemplo, es necesario redactar informes descriptivos: ¿y qué manera mejor hay de preparar un informe sino brindando al lector una fundamentación de “datos duros” que sostenga la información más cualitativa? En la medida que se tenga la paciencia de alimentar regularmente la famosa base de datos, sacar datos estadísticos sería trabajo de un minuto. Incluso, en la mayoría de los casos que he conocido, estas herramientas les permiten a una organización dimensionar su volumen de trabajo con mayor eficacia, porque el día a día distrae y a menudo lleva a subestimar todo lo que realmente se hace.
En conclusión, según mi opinión, es posible y necesario
conciliar datos cualitativos y cuantitativos. Puede parecer obvio, pero
entonces sería bueno preguntarse por qué no existen herramientas informáticas
que permiten hacerlo. Se calcula que existan alrededor de 100mil ONGs en la
Argentina, un mercado potencialmente muy amplio. Y existen software de
contabilidad para PyMEs que pueden ser, al menos parcialmente, adaptados a las
exigencias de una ONG, pero, hasta donde yo sepa, ninguna herramienta
específica. ¿Será que no hay un real interés al respecto? ¿Porqué los
financiadores no incentivan su uso para medir el impacto de las acciones que
ellos mismos financian? ¿Cambiará algo en futuro?
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