lunes, 21 de noviembre de 2011
Eco-Eficiencia
En estos días, estuve investigando las oportunidades que la tecnología actual ofrece en materia de planificación urbana y bioarquitectura, y sus posibilidades de aplicación en Latinoamérica.
Es imposible subestimar la considerable distancia geográfica y cultural que nos separa de los lugares donde principalmente se han ideado estas nuevas soluciones habitativas (Europa y Norteamérica). De todos modos me parece interesante subrayar que su eventual aplicación en nuestros países, previa adaptación, desde luego, no sería para nada extravagante; lo demuestran las interesantes, pero no lejanas, experiencias de Curitiba y Porto Alegre.
Quien viva en Buenos Aires, por ejemplo, no puede quedarse indiferente al leer la reciente literatura sobre las smart cities europeas, es decir sobre el conjunto de actividades y soluciones que permiten manejar los centros urbanos de manera inteligente para facilitar la existencia de sus habitantes, hacer más vivibles las conexiones y la mobilidad, alcanzar una mejor calidad de la vida y permitir ahorros significativos. No es que una ciudad como Buenos Aires haya sido pensada de manera “obtusa”; simplemente no era gobernada, como en cambio se podría hacer hoy en día, con la inteligencia que mira al conjunto y conecta los distintos aspectos de la vida diaria. No existían los medios técnicos, y probablemente no se percibía la necesidad de un vivir distinto.
Una ciudad es “inteligente”, entonces, en la medida que logra satisfacer tres grandes necesidades de sus habitantes: las medioambientales, las económicas y las sociales. Las medioambientales se refieren, por ejemplo, a la gestión de los deshechos, la organización del territorio, el uso de determinadas fuentes energéticas, la reducción de los desperdicios. Las económicas al ahorro que representan una mejor utilización de los recursos disponibles y de las energías alternativas, por ejemplo en los servicios de calefacción o en el uso de medios de transporte eléctricos. Las necesidades sociales, finalmente, nos recuerdan que más allá de las tecnologías, es la persona, y su calidad de vida, que sigue estando al centro de la intervención sobre la ciudad. Una ciudad mejor organizada permite a sus habitantes pasar menor tiempo en el tránsito, descansar, practicar deportes, encontrarse, disfrutar más tiempo libre. La experiencia es que si los ciudadanos experimentan una mejor calidad de vida gracias a estas innovaciones, dejan de considerarlas unas pérdidas de tiempo y se convierten en sus principales promotores, sin necesidad de otros incentivos.
También las tecnologías de construcción han tenido un gran avance en las últimas décadas, sin embargo su impacto en nuestras casas sigue siendo relativamente marginal. En la web hay varios videos disponibles que ilustran cómo se podría aumentar la eficiencia energética de los edificios (aquí tienen algunos enlaces, los primeros dos en italiano: Video 1, Video 2 y Video 3) si se aplicaran determinados cambios arquitectónicos.
Toda esta introducción sirve para ilustrar un posible nuevo campo de acción para proyectos sociales. Más allá de educación y salud (tradicionales y bastante gastados) generación de empleo y cuidado del medioambiente probablemente llegarán a ser dos rubros de intervención relevante para actores no estatales en los años venideros. Sobre todo si se piensa en las condiciones de vida infrahumanas que las poblaciones vulnerables en Latinoamérica están obligadas a vivir.
En este sentido, tal vez no sea totalmente descabellado empezar a pensar en implementar experiencias pilotos de eco-sostenibilidad; una posibilidad podría ser, por ejemplo, la Mariápolis Lía en O'Higgins, optimizando los recursos naturales disponibles localmente y utilizando tecnologías no agresivas hacia el medioambiente. De esta manera, si se llegara a realizar un proyecto en este ámbito, la ciudadela podría representar, además de a) un modelo respecto de las relaciones entre personas, b) una referencia para urbanistas y ciudadanos interesados en estilos de vidas más respetuosos del medioambiente o c) un modelo de la solidaridad hacia generaciones futuras.
Los edificios presentes actualmente en la ciudadela fueron construidos en otra época y terminan siendo “energívoros”, especialmente en términos de consumo de gas, debido a su lejanía de las redes de gas natural. Más allá del gasto económico, estas estructuras implican un costo ecológico muy alto y una calidad de vida para sus habitantes relativamente baja.
Un eventual proyecto podría, entonces, realizarse en tres etapas:
1.Realizar un “diagnóstico energético de la ciudadela” (gas, luz, agua, …) tanto en su conjunto como para cada edificio particular;
2.Convertir gradualmente cada estructura a criterios más ecológicos, eliminando los desperdicios de energías y recursos, reduciendo su impacto medioambiental y asegurando la comodidad higrotérmica de los habitantes, sobre todo si se piensa en:
- reducir la dispersión de energía de calefacción en las casas durante el invierno
disponer de una cantidad suficiente de árboles en proximidad de las casas para - - reducir la necesidad de refrigeración durante el verano
- eliminar los desperdicios de agua
- optimizar las fuentes de iluminación
- llevar a cabo un reciclado de residuos orgánicos e inorgánicos.
3.Gracias a los recursos naturales que la ciudadela posee (viento, sol, ...), también se podrían implementar palas eólicas y paneles solares a fin de cubrir buena parte de su necesidad energética y hasta producir energía en exceso que podría ser almacenada o vendida (por ejemplo, a las empresas del cercano Polo Solidaridad): sería un paso considerable para incrementar la eco-eficiencia de la ciudadela.
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